Es muy posible que si estás batallando con el peso y tu forma de comer puedas tener un sentimiento de culpa por no poder vencer en esa batalla. Quizá si comprendes que somos un especie que durante dos millones de años hemos estado programados para ver comida y comerla porque nuestros cuerpos y cerebros se desarrollaron para vivir en tiempos de escasez y que estamos adaptados para almacenar el exceso de energía tal vez puedas poner este sentimiento de culpabilidad bajo el foco de la compasión y la amabilidad.
Es importante poder ampliar nuestra perspectiva y desarrollar compasión hacia la complejidad de nuestra relación con la comida, nuestra forma de alimentarnos y nuestro peso corporal. Si dejamos de culparnos sobre nuestro comportamiento alimentario y nuestro peso, tal vez podemos conectar con nuestra vulnerabilidad y la vergüenza y desarrollar una perspectiva más amplia para encontrar una visión y percepción más equilibrada. Muchas dietas contienen el mensaje oculto de que tener un problema con el peso significa que algo está mal en nuestra persona. Tara Brach habla del “trance de la falta de valía” como una situación en la que tenemos miedo a ser defectuosos y que se ve acompañada de un sentimiento de separación de los demás y de la vida. Vernos como defectuosos nos desliga de la humanidad que compartimos con otras personas y es posible que detrás exista un miedo primigenio de que en la vida hay algo de malo, y que está a punto de suceder algo malo.
Junto a este miedo suele surgir una reacción que suele consistir en echar la culpa, o incluso sentir odio a lo que consideramos la causa del problema: a nosotros mismos, a otras personas o la la vida en sí.
Así la auto-recriminación, la culpa y el auto-odio nos conducen a un sufrimiento añadido muchas veces del todo innecesario. Estas emociones y sentimientos nos pueden llevar a intentar huir del sufrimiento entrando en adicciones como comer en exceso, tomar el alcohol, drogas o engancharnos a las relaciones amorosas y de codependencia en las que tenemos que recibir la valía del exterior. Esta falta de valía nos puede incluso provocarnos una desconfianza y duda de que los demás puedan querernos porque, en el fondo, tememos que en algún momento se den cuenta de nuestra falta de valía y nos rechacen.
Esta falta de valía y de imperfección, no nos permite relajarnos nunca y pase lo que pase siempre estamos buscando en nosotros mismos defectos que no nos permiten relajarnos y disfrutar de la aventura de la vida. Así la autocrítica, además de desconectarnos, se convierte en una forma de protegernos de la idea de que los demás puedan hacernos daño, porque estamos preparados ya con la “protección” de nuestra propia crítica.
Habitualmente la crítica feroz acaba produciendo un sentimiento de culpa crónica y de rechazo hacia nosotros mismos. La aversión se puede presentar de dos formas, una muy enérgica y desbordante como la ira y el odio, pero también otra muy sutil y contenida como la pena, el miedo, la decepción y la desesperación. Esta forma de presentarse la aversión es una energía que congela y paraliza y se suele manifestar como culpa.
La culpa entabla un diálogo interno de pensamientos del tipo “soy la persona más horrible del mundo, soy el único que comete estos actos tan horribles” que en el fondo son una magnificación del ego. El Buda al observar su propio sufrimiento hizo un descubrimiento maravilloso y fue que todo sufrimiento procede de la noción errónea de que somos un yo aparte y separado. Esta idea del ego nos tiene presos en ciclos continuos de deseo y aversión.
El deseo —el aferramiento, la codicia, el apego— es un estado mental que define lo que creemos necesitar para ser felices. Proyectamos todos nuestros sueños y esperanzas de realizarnos en conseguir algún objeto que reclama nuestra atención. Éste puede ser una determinada actividad, un resultado, una cosa o una persona específica. Engañados por nuestra ilusión fugaz, contemplamos el mundo con visión de túnel. Si nos dejamos arrastrar por el deseo, nos colocamos firmemente en el marco del tiempo lineal. Nos concentramos en conseguir lo que aún no tenemos o en conservar lo que poseemos. Nos orientamos hacia el futuro. Atrapados por este concepto del tiempo lineal, acabamos en lo que las enseñanzas budistas denominan bhava, o llegar a ser, en precipitarse siempre hacia el momento siguiente. Es como si antes de que concluya cada respiración nos inclinásemos hacia delante para inhalar de nuevo. De esta forma el ego, a través del deseo, nos confina en uno de esos ciclos que nos conducen al sufrimiento sacándonos del momento presente.
Lo que conocemos como el “yo” es un agregado de pensamientos, emociones y pautas de conductas familiares. La mente los combina entre si forjando una historia acerca de un ente personal, individual, con continuidad a los largo del tiempo y que tiene un carácter fijo. Tanto el temor como el deseo son unas energías naturales, que forman parte de los designios de la naturaleza y que sirven para protegernos y salir adelante. Pero cuando la culpa, el miedo y el deseo pasan a ser el núcleo mismo de nuestra identidad, perdemos de vista la plenitud de nuestro ser.
Para poder superar la culpa, el ego, la ira o el odio, la práctica de la meditación nos puede llevar a advertir la naturaleza impersonal de la realidad; de las fuerzas, energías y pensamientos que surgen y desaparecen, y podemos comenzar a experimentar una realidad muy diferente. Podemos ver la ira, la culpa o la pena surgiendo en la mente como fuerzas que llegan y se van. La aversión es como una tormenta de verano que llega y pasa. Cuando comenzamos a ver que la impermanencia, la insustancialidad y el sufrimiento son características de la realidad que vivimos podemos soltar ese sentimiento de que hay algo que funciona mal en nosotros. Es más cuando observamos a otros seres y a nosotros mismos cuando comienza a surgir metta o amor incondicional.
La culpa puede ser considerada como una manifestación de la ira o del odio. El Buda dijo que el odio jamás puede ser extinguido por el odio, sólo el cese del odio puede ser logrado por el amor. Si aplicamos esta máxima a la culpa, el perdón es el que puede permitirnos recobrar una parte de nosotros mismos que ha quedado esclavizada por un acontecimiento del pasado.
Para librarte de una aversión profunda hacia uno mismo y hacia los demás hemos de ser capaces de practicar el perdón. Este tiene el poder de madurar las fuerzas de la pureza como las del amor, y de afirmar las cualidades de la paciencia y de la compasión. Crea el espacio para la renovación y una vida libre de la servidumbre del pasado.
Cuando te hallas prisionero de tus acciones pasadas o de las actos de otro, no eres capaz de vivir plenamente tu existencia presente. El resentimiento, el dolor en parte experimentado y la ingrata herencia del pasado se unen para cerrar tu corazón y, en consecuencia, reducir tu mundo.
La intención de la meditación del perdón no es forzar algo o pretenderlo u olvidarte de ti mismo en deferencia excesiva a las necesidades de otros. De hecho, merced a la gran compasión por ti, creas las condiciones de un amor sin estorbos, que puede acabar con la separación y aliviarte de las dos cargas gemelas de la culpa lacerante y de un ultraje perpetuamente irresuelto.
El dar es parte del perdón. Cuando damos, hacemos una ofrenda a nosotros mismos y a otros, la creación de una voluntad de hacer las paces con el conflicto y el dolor que alimentan nuestra ira, resentimiento y amargura.
Quizá sea más fácil se crítico con nosotros y decirnos «Odio mi cuerpo» por ser a así, o no olvidar que esa persona me hizo daño . Pero cuando actuamos así en realidad estamos aferrándonos, como decía el Buda a un carbón ardiendo que a quien primero quema es a mi propia persona.
Es mucho más difícil perdonar que no perdonar. No es sencillo acceder a ese lugar dentro de ti, capaz de perdonar y de amar.
Perdonar comienza con una intención de querer dejar ir, de observar nuestra tendencia a apegarnos al odio. Al perdonar creamos un espacio para establecer hábitos hábiles y estados mentales que están en armonía con el deseo de cambiar. El perdón también disminuye el estrés que proviene de juzgarnos a nosotros mismos y a los demás.
El perdón no significa condonar una acción dañina o negar la injusticia y el sufrimiento. Jamás debe confundirse con la pasividad ante la violación o el abuso. El perdón es una íntima renuncia a la culpa o el resentimiento.
Inicialmente podemos comenzar por perdonarnos a nosotros mismos: nuestros errores, sentimientos y hábitos. Desde esta perspectiva, todo es igualmente perdonable, tanto si se trata de nuestra pereza, el odio hacia mi persona, la impaciencia, como los grandes muslos, o la tendencia a comer en exceso.
La voluntad de ser conscientes por lo que se está pidiendo perdón es una perspectiva y un paso radical ya en si mismos. Para ello quizá sea útil hacer una lista de las cosas que encontramos difíciles de perdonarnos.
Para ello puedes practicar el siguiente ejercicio por un tiempo. Para ello te invito a que te sientes en un lugar tranquilo y confortable, en una postura relajada.
Repite las frases de tu lista comenzando por cosas pequeñas como «no hacer suficiente ejercicio» y finalizar con cuestiones de mayor magnitud como «el hábito de maltratarme a mí mismo por no ser una persona perfecta.»
Repite mentalmente frases como:
En la medida en que soy capaz, me perdono por cualquier daño o perjuicio que he causado a mí mismo con o sin intención.
En la medida en que soy capaz, me perdono por no hacer suficiente ejercicio. Incluso si no puedo perdonarme a mí mismo, me perdono por esto.
Yo …. (situando en los puntos suspensivos tu propio nombre) me perdono por… (la acción o el motivo que expusiste en la lista)
Yo …. (situando en los puntos suspensivos tu propio nombre) me perdono por todos los modos en que me he dañado, agraviado, a sabiendas o sin darme cuenta.
Durante el tiempo que sea necesario, voy a hacer el esfuerzo para ofrecerme el don inestimable del perdón
Es útil para hacer la práctica del perdón todos los días, incluyendo cualquier aspecto de ti mismo o de tu experiencia que pueda beneficiarse de esta práctica.
A continuación, nos centramos en perdonar a los demás. Una vez más, comenzamos con pequeños problemas y seguimos con los más grandes (si fuese necesario tal vez puedes hacer otra lista).
Repite mentalmente frases como:
En la medida en que soy capaz, perdono a mi amiga Lucía por el daño o perjuicio que he experimentado. Incluso si no puedo perdonarla totalmente, me perdono por eso.
Yo …. (situando en los puntos suspensivos tu propio nombre) te perdono … (situando en los puntos suspensivos el nombre de la persona a que perdonas)
Durante el tiempo que sea necesario, voy a hacer el esfuerzo para ofrecer a Lucía el don inestimable del perdón.
Finalmente pedimos perdón a los demás.
Repite mentalmente frases como:
En la medida en que soy capaz, si he dañado a alguien, a sabiendas o sin darme cuenta pido su perdón.
Permite que esta solicitud cale en tu interior y si surge una pesornsa, imágenes o evocas recuerdos o acciones, libérate de la carga y mentalmente exclama: Te pido perdón.
Durante el tiempo que sea necesario, voy a hacer el esfuerzo para pedirte perdón.
Durante esta práctica es posible que afloren muchas emociones contradictorias: vergüenza, rabia, dolor por el daño causado, la impresión de haber sido traicionado, confusión o duda. Intenta dejar que surjan esos estados sin juzgarlos. Reconócelos como hechos naturales y luego serenamente vuelve tu atención al ejercicio del perdón.
Con la práctica habitual, empezamos a darnos cuenta de que el perdón es una forma única de alimentación, una forma de proporcionar a nosotros mismos y a los demás un espacio alrededor de nuestros conflictos y dificultades. Ya no nos sentimos tan solos, aislados, o condenados al fracaso. La paz que surge en la mente proporciona una plenitud interior que ninguna cantidad de alimentos puede ofrecer nunca.
Si lo deseas puedes escuchar una mini meditación de 3 minutos para comenzar a conectar con el perdón en el siguiente enlace.
Para más información
Brach, T. (2013) Aceptación radical. Madrid: Gaia
Salzberg, S (1997). Amor incondicional. Madrid: EDAF