En neurociencia, la comida es algo que que se denomina “gratificación natural”. Para poder sobrevivir como especie, las actividades tales como comer, tener sexo y criar deben ser placenteras para el cerebro para que estos comportamientos se refuercen y se repitan.
Esta gratificación natural se basa en la “vía mesolímbica”, un sistema del cerebro que descifra estas gratificaciones por nosotros. Cuando hacemos algo placentero, un grupo de neuronas conocido como área tegmental ventral usa el neurotransmisor conocido como dopamina para enviar la señal a una parte del cerebro llamada núcleo accumbens. La conexión entre este núcleo y nuestro lóbulo prefrontal dicta nuestros movimientos motores, tales como decidir si comer o no otro trozo de ese delicioso pastel de chocolate. El lóbulo prefrontal también activa las hormonas que le dicen a nuestro cuerpo: “Oye, este pastel está muy rico. Lo recordaré en el futuro”.
Sabemos que cuando tomamos alimentos ricos en carbohidratos se produce un aumento de los niveles de glucosa sanguínea que desencadena el aumento de la serotonina y de la dopamina (con el consiguiente aumento de bienestar). Esta descarga de hormonas nos hace sentirnos recompensados con el placer experimentado al consumir un determinado alimento.
Gilbert (2009) basándose en varias investigaciones de la neurociencia considera que tenemos un cerebro viejo y un cerebro nuevo. Nuestro cerebro viejo es el que compartimos con otros muchos animales y que funciona de un modo automático (sistema límbico) ypor otra parte tenemos otro cerebro nuevo que nos permite pensar, reflexionar, observar y formar una auto-identidad. Muchos de los problemas surgen precisamente cuando interactúan nuestro cerebro antiguo y nuestro cerebro nuevo.
Gilbert (2009) basándose en varias investigaciones ha puesto de manifiesto que nuestro cerebro tiene, como mínimo, tres sistemas de regulación de nuestras emociones. Cada sistema está diseñado para hacer cosas distintas:
Racionalmente podemos reconocer que un exceso de consumo de carbohidratos y azúcares excesivo no es bueno para nuestra salud. Esto es lo que nuestro nuevo cerebro nos dice, sin embargo cuando nos ponemos a dieta y con una mente restrictiva es fácil que, a pesar de lo que nuestro nuevo cerebro nos está diciendo, nos entren unas ganas irremediables e irreprimibles de tomar dulces o comer más de lo que pretendíamos. Todo esto tiene una base neurohormonal como afirma la neurocientífica estadounidense Sandra Aamodt (1): “El cerebro tiene una noción propia de lo que debes pesar, sin importarle lo que creas conscientemente. Es lo que se dice el ‘punto de ajuste’, un término engañoso porque en realidad abarca un rango que oscila entre cuatro y siete kilos”. Es decir, que si pesamos por ejemplo 60 kilos, para el cerebro variaciones de entre esos pocos kilos no serán consideradas anómalas.
Aamodt explica que en el hipotálamo es donde se regula el peso– actúa como un termostato que equilibra los cambios para adecuar el hambre, la actividad y el metabolismo y lograr un peso estable conforme cambian las condiciones. Si el cerebro detecta que el cuerpo pierde mucho peso, interpreta que pasa hambre. No importa lo delgado o gordo que se esté, su respuesta es la misma: volver a lo que considera la normalidad. Tristemente, los ‘puntos de ajuste’ pueden subir, pero raramente bajan. Por eso, un sobrepeso sostenido en el tiempo –unos dos años– puede convertirse en permanente porque el cerebro quizá decide que ese es el nuevo estándar de normalidad.
Las personas que tienen alguna alteración en los procesos de alimentación, como por ejemplo el trastorno por atracón, reconocen que consumen excesivos de hidratos de carbono y dulces, y sin embargo ignoran la razón por la que lo hacen. Normalmente sienten un deseo irrefrenable y comen en exceso. De nuevo, la base que sostiene este acto de comer compulsivo está en el cerebro primitivo.
Cuando nos ponemos a dieta, lo que hacemos es que enviamos al cerebro límbico el mensaje de que estamos en época de hambruna. Si continuamos mucho tiempo en el que estamos ingiriendo muchas menos calorías de las que necesitamos, entonce nuestro cerebro primitivo comienza a enviarnos el mensaje «en cuanto encuentres alimento come todo lo que puedas, necesitamos acumular energía» y es por ello que normalmente surgen los atracones. En esta situación los alimentos que llamarán la atención a nuestro cuerpo serán aquellos con una alta palatabilidad (grasas) y dulces porque tienen un alto contenido calórico. Esta razón junto a lo que afirma Sandra Aamodt puede ser una de las explicaciones de porqué las dietas no funcionan. De hecho la investigación científica nos ha mostrado que las dietas hipocalóricas no funcionan (el 95% de las personas que se ponen a dieta recuperan su peso a los dos años, aumentando al 98% a los cinco años). (2)
El hipotálamo es una zona del cerebro que gestiona todas las neurohormonas y los tres sistemas emocionales que vimos anteriormente. Cuando el sistema se desajusta, es posible emitir señales de saciedad ante el estrés (la impresión de “se me ha cerrado el estómago y he perdido el apetito”), o por el contrario, emitir señales de sensación de hambre cuando no las hay, provocando que la persona reaccione ingiriendo más cantidad, en especial, de alimentos calóricos.
Realmente si ponerte a dieta no te funciona, no es porque haya algo que no funciona en ti sino porque tu cerebro está funcionando correctamente
Sandra Aamodt
Frente al camino de las dietas, se encuentra el camino de la curiosidad, la amabilidad y la compasión. En este camino dejamos a un lado las dietas, dejamos el camino de la restricción y comenzamos a relacionarnos de forma consciente con todo lo que supone alimentarnos. Por una parte puede suponer reconocer los diferentes tipos de hambre; puede suponer comenzar a identificar nuestras voces interiores que a veces toma la forma de una voz incentivadora, de una voz perfeccionista, o de una voz tremendamente autocrítica; puede suponer comenzar a fortalecer nuestra voz autocompasiva.
La práctica de Mindful Eating es una práctica transformadora porque comenzamos a ver a identificar el hambre emocional, es una práctica del día a día que requiere dejar volar nuestra curiosidad.
(1) Aamodt, Sandra. Why diets make us fat. New York: Scribe publications, 2016
(2) Normandi, Carol Emery, and Laurelee Roark. It’s Not About Food: End Your Obsession with Food and Weight. New York: Berkley Publishing Group, 2008.